jueves, 5 de junio de 2008

Hay santos que no piden devoción

Hijo ilegítimo del Emperador Go-Komatsu, el monje Ikkyu (1394–1481) es una de las figuras más interesantes del budismo zen. Célebre por haberse opuesto a la burocracia clerical y su materialismo, pero sobre todo por sus excentridades, sus excesos y sus escándalos (fue un bebedor heroico, que invitaba a sus correligionarios a dirimir las diferencias teológicas en las tabernas y los burdeles, y predicaba que la iluminación podía alcanzarse a través de la práctica ritual del sexo) es también apreciado como calígrafo mayor de Japón, legendario flautista itinerante, artífice de la ceremonia del Té y poeta originalísimo. Como la mayor parte de los monjes zen, escribió la mayor parte de su obra poética en chino, pero sus tanka y haiku no son escasos. Aquí, con alguna libertad, uno de los primeros:

露と消えまぼろしときゆ稲妻の 影のごとくに身は思うべし
tsuyu to kie maboroshi to kiyu inazuma no kage no gotoku ni mi wa omou besshi

Como el rocío
se extinguen los fantasmas.
¿Y si pensáramos
en la luz de un relámpago?
Eso es uno mismo.


Lo que no sabía hasta hoy es que Ikkyu–san es también popularísimo entre los jóvenes japoneses como el personaje de una serie de dibujos animados, en los que desde luego no aparece como el rijoso anciano prostibulario, sino como un novicio travieso, ingenioso y de buen corazón. Tampoco sabía que cerca de aquí, en la ciudad de Kyotanabe donde vive mi amigo Koji Ando, está el templo que Ikkyu restauró a sus sesenta y tres años y en el que siguió viviendo incluso después de ser puesto al frente del Daitoku-ji, del que iba y venía a sus ochenta y uno. Naturalmente, el Shuo-an es más conocido como Ikkyu-ji.

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